Yamim Noraim: La Capacidad de Maravillarse
Una de las conversaciones más bellas y profundas sobre Dios que he tenido en mi vida tuvo lugar en la escuela de una Sinagoga. Esta conversación no fue ni con un rabino, ni con un teólogo, ni con uno de nuestros hahamim, sino con un niño de doce años cuya identidad prefiero preservar.
Un día le pregunté, Pepito, ¿tú crees en Dios? Y él, con gran sinceridad y coraje, me respondió con franqueza: Yo no creo en Dios.
Esta respuesta aparentemente negativa fue sin embargo el inicio de una hermosa conversación sobre Dios, lo divino, el mundo de lo sagrado y los misterios más profundos de nuestra existencia.
Finalmente, ambos concluimos que la religión a veces nos ofrece una caricatura de Dios, una caricatura aún más humorística que la que podría ofrecernos Charlie Hebdo.
Esta semana la parashat nitzavim nos ofrece un profundo mensaje, preludio de las Altas Fiestas que comenzamos.
Las cosas ocultas (el secreto) pertenecen a Dios. (Deuteronomio 29:28).
Los secretos pertenecen a Dios.
Este versículo es una llamada a la humildad, a aceptar nuestras limitaciones, a aceptar que como seres limitados nunca podremos comprender el infinito. Es una llamada a descubrir que hay un mundo de misterio que no podemos desvelar completamente.
Muchas veces las religiones han reducido a Dios a algo pequeño, a una caricatura: un anciano de barba blanca montado en una nube, o como ahora cantamos en las fiestas, un padre, un rey todopoderoso: avinou malkenu. Y peor aún, muchas veces las religiones han reducido a Dios a un mero dogmatismo, un dogmatismo excluyente que nos ha llevado a una vida religiosa vacía y sin sentido, a un pequeño dios: un tótem. El dogmatismo es la ruta más directa a la idolatría.
¿Significa esto que es imposible para nosotros tener una experiencia profunda de Dios en nuestras vidas? ¿Significa esto que la espiritualidad nos ha cerrado las puertas?
Leemos en el libro de los Salmos:
Él revela su secreto a los que le temen, les revela su Alianza.
(Salmo 25:14)
El temor de Dios. Yoreh: temer, tener miedo.
Comenzamos precisamente ahora las Altas Fiestas que llamamos en hebreo: «Yamim Noraim», los días temerosos, los días del miedo.
“El revela su secreto a los que le temen”.
Pero, ¿en qué consiste realmente el temor de Dios, este temor de Dios al que nos invita la liturgia de estos días?
¿Es tener miedo como el que teme que le pueda pasar algo malo? ¿Se trata del temor de aquel que teme a un verdugo que ejecutará una sentencia? ¿Es el miedo que se tiene a un rey todopoderoso, a un juez a punto de dictar sentencia?
No, no es eso. Yoreh, temer a Dios, es la capacidad de maravillarse. La capacidad de aceptar el infinito, aceptar que la fuente de toda existencia es un mundo de misteriosas maravillas que no podemos comprender por completo. Si abrimos nuestro corazón a los misterios del Creador y su creación, nuestro corazón y nuestra vida quedarán maravillados. No se trata de miedo, sino de la capacidad de maravillarse, de dejarse transformar por los misterios del mundo de la espiritualidad.
Las grandes fiestas, «Yamim Noraim», no son días para temer, sino para maravillarse con la rica espiritualidad del judaísmo. Y así podremos decir con el profeta Daniel:
“Él es quien revela lo profundo y lo oculto; Él conoce lo que ocultan las tinieblas, y la luz habita en Él” (Daniel 2:22).
El Pirkei Avot, las máximas de los padres dice:
Sin sabiduría, “ein yrah” no hay miedo (no hay capacidad de maravillarse), sin capacidad de maravillarse, “ein hohma”, no hay sabiduría.
Les deseo unas fiestas repletas de maravillas, misterios, sabiduría y espiritualidad.
Una gran enseñanza…. Gracias Rabino Haim.