La oración de Hanna es humilde. Ante aquellos que van al templo a ofrecer grandes sacrificios y discursos, la palabra de Hanna es inaudible. Es su oración silenciosa lo único que ella puede ofrecer.
Cada año, cuando llega Rosh Hashaná, leemos en todas las sinagogas del mundo, la famosa historia de la Akedat Isaac, el sacrificio de Isaac. Uno de los momentos más dramáticos de la Torá. Una historia bien conocida por todos nosotros.
Sin embargo, hay otro relato que a veces pasa desapercibido. Se trata de la haftará del profeta Samuel que leeremos mañana en el primer día de Rosh Hashaná. La haftará nos habla de la oración de Hanna, la madre del profeta Samuel.
Elkana tenía dos esposas: Peninnah y Hanna. ¿Por qué dos mujeres? Según el Midrash, la primera mujer de Elkana fue Hanna, mujer de quien él estaba profundamente enamorado. Sin embargo, Hanna era estéril, hecho que sin embargo nunca afectó al inmenso amor que Elkana sentía por su esposa. Después de 10 años de matrimonio, y ante la ausencia de hijos, parece que fue Hanna quien sugirió a su esposo que este tomara una segunda mujer que pudiera darle hijos. Peninnah, la segunda mujer de Elkana, tuvo hijos, mientras que Hanna permaneció estéril durante 19 años.
Cada año, Elkana ofrecía un sacrificio a Dios. «Le dió a su esposa Peninnah y a todos sus hijos e hijas una parte y a Hannah le dió el doble, porque es a Hanna a quien amaba» (1. Samuel 1) A pesar del amor de Elkana, Hanna sufría mucho por no poder engendrar y era continuamente humillada por Peninnah. Hanna, inmersa en las pena más profunda, no cesaba de llorar y había dejado de comer. Un día, cuando el dolor pesaba más que su propia vida, Hanna decidió ir al santuario donde estaba Eli y alzar su oración al cielo. Con respecto a este momento de intensa carga espiritual el libro de Samuel nos dice lo siguiente: «Mientras prolongaba su oración ante el Señor, Eli observó su boca. Hannah estaba hablando en su alma: solo sus labios se movían pero su voz era inaudible. Eli pensó que estaba borracha. Entonces Eli le dijo: ¿Cuánto tiempo vas a permanecer borracha? ¡Ve, y duerme la borachera¡ Pero Hannah respondió: No, señor, solo soy una mujer tormentada, no he bebido vino ni licor, inclino mi alma ante el Señor, no juzgues a su sierva como un sinvergüenza. Es por a causa de la pena y los insultos que he hablado así hasta ahora. Eli le dijo: «Ve en paz. El Dios de Israel responderá a tu petición» (1. Samuel 1).
La tradición rabínica considera a Hanna como una maestra de la oración. De hecho, los rabinos establecieron la oración de Hanna como un ejemplo de cómo debería hacerse la Amida. La Amida es el momento central de la liturgia judía donde, de pie y en silencio, ofrecemos nuestra oración personal a Dios. La Amidá es tan importante es considerada la oración por excelencia. Hanna nos enseña cómo hacer amida, se convierte en maestra de la oración. Medaberet al-libah, que puede traducirse como «Ella habla en su corazón”. La oración de Hanna es una oración que viene del corazón. En la antigüedad, se creía que el corazón y el alma estaban íntimamente unidos. Galeno creía (siglo IV a. C.) que el corazón es el órgano más cercano al alma. La oración de Hanna nace de la parte más profunda de su ser, de su corazón. Es una oración sincera que se muestra tal y como es. Es una oración sobre lo que verdaderamente le importa, lo que le preocupa. No es un teatro o un mero fingir algo que no es.
El Talmud dice: «La oración es el trabajo (abodah) del corazón» (B. Taanit 2a). Hanna abre su corazón a Dios; ora y llora. No tiene miedo de ser frágil y vulnerable porque sabe que sólo de esta manera podemos dejarnos transformar por la Fuente de toda la vida, la Fuente de la Creación. Sefateyah na’ot vekolah lo ycshme’a, » sus labios balbuceaban pero su voz no se oía». La oración de Hanna es humilde. Ante aquellos que van al templo a ofrecer grandes sacrificios y discursos, la palabra de Hanna es inaudible. Es su oración silenciosa lo único que ella puede ofrecer.
Dos son las características fundamentales de la oración de Hanna: la sinceridad y la humildad. Ahora que estamos comenzando un nuevo año, y vivimos momentos de especial reflexión durante los diez días anteriores a Yom Kippur. Un periodo en el que nos cuestionamos sobre aquello que podemos hacer mejorar en nuestras vidas. Me gustaría proponerles que considerasen la posibilidad de dedicar unos minutos todos los días a la oración personal y en silencio. Una oración como la de Hanna. No se trata de hacer mucho, con 15 o 20 minutos cada día, podemos ya ver los beneficios. Incluso durante las largas jornadas de trabajo podemos encontrar breves momentos para la oración. Podemos usar los «tiempos de espera», cuando esperamos ser atendidos en una oficina, cuando esperamos el tren o el autobús, para hacer nuestra oración personal. El verbo orar en hebreo es «lehitpalel», es decir, la forma reflexiva de «palal» que significa acción. Es decir, «lehitpalel», «orar», es una acción que hacemos sobre nosotros mismos, es un trabajo interior, algo que es capaz de transformarnos. Ahora que estamos comenzando un nuevo año, propongo que nos dejemos transformar por la oración de Hanna, una oración íntima y personal , sincera y humilde.
Que este año nuevo sea un año de crecimiento personal y espiritual. Un momento de cambio, mejora, para dar lo mejor de nosotros mismos.
Rabbi Haim Casas
Gracias, esta historia no la conocía.
Así, es como a mi me gusta hacerlo, sola y en silencio, con la esperanza de que Adonai me escucha.
Shalom
Gracias Rabbi!