Rosh Hashana 5782: Reconectar con nuestra Humanidad Perdida
“Ten cuenta de todos sus crímenes ; ¡qué no se les permita justificarse ante ti! ¡Qué sean borrados del libro de los vivientes, y no sean inscritos entre los justos! «
( Salmo 69: 28-29)
Este salmo escrito en los años 500 AEC durante el periodo del exilio del pueblo de Israel en Babilonia, nos presenta de un modo anacrónico a un rey David compungido por sus faltas. Un rey que de modo simbólico encarna en los versos del salmo a todo un pueblo que, es consciente de cómo la corrupción moral y espiritual personal y colectiva puede llevar a la destrucción de toda una sociedad, destrucción que en nuestra historia se materializa en devastación de Jerusalén y su templo y en el destierro en Babilonia.
Un salmo que unos 1000 años mas tardes sería usado por los rabinos del Talmud para sostener la imagen de un Dios que lleva cuenta de nuestras acciones en tres libros. La tradición rabínica nos enseña que en el día de Rosh Hashana se escriben tres libros. En un libro son anotados los nombres de los justos y en otro libro los nombres de los malvados. En un tercer libro se escriben hasta el día de Yom Kipur los nombres de aquellos cuyas acciones no son ni totalmente buenas, ni totalmente malas.
Hoy, día de Rosh Hashana rezamos para que nuestros nombres sean inscritos en el libro de la vida…y para que así sea comenzamos un periodo especialmente dedicado a la teshuva, palabra que generalmente traducimos como arrepentimiento pero que en realidad es un concepto que va mucho más allá.
Teshuva es volver, el retorno a un lugar primero que nunca deberíamos haber abandonado, ¿pero volver a dónde? Quizás estos versos sueltos del salmo 69 puedan ayudarnos a descubrir parte del profundo significado de la teshuva:
Ven en mi auxilio, oh señor, ¿por qué estoy aquí hundido en el más profundo barro y no hay lugar dónde pueda posar mis pies?… Estoy cansado de tanto llorar mi garganta está inflamada y mis ojos apagados a fuerza de esperar la ayuda de mi señor… Son poderosos mis opresores, son poderosos aquellos que actúan con el odio… Es gracias a ti que soportó los insultos que cubren mi cara… Me he convertido en un extraño para mis hermanos, en un desconocido para los hijos de mi madre…Elevo mi oración hacia ti eterno Dios de bondad infinita… No permitas que la violencia me hunda, ¡Sálvame!, ¡Acerca mi alma hacia ti y sálvala!… La afrenta ha quebrantado mi corazón; y estoy lleno de angustia: yo esperaba a algunos que se compadecieran, pero nadie lo hizo; busqué quien me consolara, pero no encontré a nadie… Que no entren en tu justicia.
Que sean borrados del libro de los vivos, y no se escriban con los justos…Yo celebraré con mi Dios cánticos de Acción de Gracias, porque Dios vendrá en auxilio de Sion y restablecerá las ciudades de Judá.
Un profundo traumatismo, un dolor desgarrador se clava como un puñal en el corazón del salmista. La destrucción acabó con todo lo que con tanto amor se había construido, la ciudad de oro, el hogar de la presencia divina. Nuestros enemigos se apoderaron de nuestras ciudades: nos humillaron y nos arrebataron todo aquello que amábamos. Nuestra alma llora la destrucción total y clama al cielo por el dolor de un pueblo que llora a su Dios por destrucción de la Ciudad Santa. El salmo habla de David, aunque él nunca vivió tan dolorosa catástrofe. David representa el dolor de todo un pueblo, el llanto desesperado de todo el pueblo judío que alza su voz resquebrajada al cielo porque lo ha perdido todo y se encuentra exiliado lejos del hogar que ama en tierras de Babilonia:
Desde lo profundo a ti clamo señor, ¡Sálvame! Estoy hundido en el más profundo barro y no hay lugar donde pueda posar mis pies. Estoy cansado…agotado. Soy un extraño incluso para mis hermanos. Desde lo profundo a ti clamo ¡Sálvame!
Este salmo es un grito a hacer teshuvá pero, ¿hacia dónde queremos retornar, hacia dónde hacer la teshuvá? Hacia Jerusalén, la ciudad de las dos paces, la ciudad de la paz absoluta. Pero esta teshuvá a Jerusalén no es simplemente un retorno a un lugar geográfico. No se trata de dejar atrás el exilio en Babilonia y volver a la tierra de Israel. Nuestros sabios nos enseñan que el origen de este exilio no está en el hecho de que un poder extranjero invadiera la tierra de nuestros antepasados, destruyeran nuestra ciudad y nos llevasen deportados hacia Babel.
No hay ningún enemigo extranjero más poderoso que el enemigo que tenemos en nuestro propio interior. Ese es el origen de nuestro exilio: el interior. No se trata del otro. No tenemos a nadie a quien culpar, el origen de este exilio tal y como nuestra ancestral sabiduría judía nos enseña estuvo en la falta de fidelidad por parte del pueblo judío a los valores de la Torá, valores que se hicieron piedra en la ciudad de la paz, los valores que construyeron la ciudad de Jerusalén. El retorno a Jerusalén no es un retorno físico, es un retorno a un hogar espiritual, es el retorno a la Torá.
Para iniciar el retorno, la teshuvá completa necesitamos conectar con el sentimiento del salmista que clama: ¡ven en mi auxilio señor porque estoy aquí hundido en el más profundo barro! Nuestros sabios nos invitan a sentirnos barro. El hombre fue creado con tierra afar min-hadama, fue moldeado a partir de barro de polvo amasado.
Somos como una vasija de barro, tenemos que sentirnos como una vasija de barro resquebrajada y que necesita volver a las manos del alfarero para ser reparada. Tenemos que reconocer que somos de barro, tal y como esa vasija, y que estamos rotos, es decir que somos imperfectos. Nuestra alma es una vasija quebrada.
Cuando reconozcamos nuestra imperfección, nuestra limitación, podremos iniciar nuestra propia reparación, comenzar a andar un camino que nos lleva a ser un poco mejores: nuestro camino hacia la teshuvá: nuestro camino hacia la ciudad de la paz, la Jerusalén del corazón.
Para iniciar el camino de retorno tenemos que sentirnos barro. El barro es humilde. No vamos a ir a ningún lugar si nos creemos de oro y plata. De oro y plata son los ídolos. No vamos a volver a ningún lugar si no iniciamos con anterioridad un retorno sobre nuestra propia humanidad y nuestra humanidad es el barro.
La belleza del barro no está en el material en sí, sino en lo que logra construir el alfarero. De algo humilde el alfarero crea algo bello y valioso. Sentirnos barro en manos de un alfarero, es decir reconectar con la humilde tierra-adama, que un día fuimos, adama-tierra-humanidad, sólo así podremos volver a conectar, volver a sentirnos tierra que es regada por la Fuente de toda vida.
La humildad es la verdad y la verdad es que no debemos tener miedo de nuestras limitaciones. Este proceso de teshuvá consiste en volver a conectar con nuestra humanidad de barro, un proceso profundamente liberador. La teshuvá a la que nos invita el salmo es el proceso de retorno a recuperar nuestra libertad sobre la base de reconectar con nuestra humanidad que a su vez pasa por reconocer que somos que tenemos defectos y limitaciones y que todo nos viene del Creador.
Rosh Hashana celebra la creación de la humanidad, por lo tanto, el retorno que iniciamos en este día y que culmina con Yom Kipur consiste en reconectar con nuestra humanidad, aprender aceptarnos nosotros mismos y a perdonarnos. Es así como podremos reconectar con esa adama-la tierra de nuestra humanidad y reparar las heridas-grietas de nuestro corazón. No debemos entristecernos al descubrir que nuestra humanidad es limitada e imperfecta. La melancolía es propia del soberbio y del arrogante.
Más bien debemos alegrarnos al descubrir nuestra humanidad enraizada en la tierra, en la adama, porque solo en ese momento podremos ponernos en manos del alfarero divino y sólo en ese momento nuestro corazón podrá ser sanado de tanto dolor y así iniciar el retorno a la Jerusalén. Pero incluso si algún día estás triste, no seas demasiado duro contigo mismo, perdónate a ti mismo, date la oportunidad de llorar tu dolor siendo consciente que la tristeza puede tornarse en camino hacia la alegría, pues cuando tocamos fondo, cuando tocamos el más profundo barro, en ese momento podemos clamar tal y como el salmista: ¡acerca mi alma hacia ti, sálvame
¡ Es ese el inicio de la más completa teshuvá: el retorno a casa, el retorno a la Jerusalén del corazón.
Rosh Hashana celebra la creación de la humanidad abriendo las puertas al retorno a ese punto de partida en el que el Creador tomo un poco de barro-tierra húmeda y moldeó al primer ser humano. Es una invitación a reconectar con nuestra humanidad, con nosotros mismos. Dios no está en lo alto de una montaña, sino que está en nosotros.
Rosh Hashana es el camino de vuelta a casa, a la casa interior, a la Jerusalén del corazón. El precio es bien asequible, tan sólo se trata de sentirnos tierra-adama-humanidad y gritar como el salmista: “¡de lo profundo a ti clamo señor, oye mi voz!” (Salmo 130)
Shana Tova uMetuka,
Rabbi Haim Casas
La Sinagoga Abierta de Córdoba
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