Parashat Tetzaveh y la Democratización de la Espiritualidad

Parashat Tetzaveh y la Democratización de la Espiritualidad

Parashat Tetzaveh relata todo tipo de normas referentes a los cohanim, al gran cohen, sus vestiduras, la construcción del altar, y las ofrendas. Podríamos decir que esta semana la Torah está dedicada a la construcción de algo precioso y sagrado, y a las vestimentas lujosas de una aristocracia sacerdotal.

Sin embargo, la parashá nos enseña que cada uno de nosotros cuenta, que cada uno de nosotros es un tesoro único e irrepetible.

כִּ֣י תִשָּׂ֞א אֶת־רֹ֥אשׁ בְּנֵֽי־יִשְׂרָאֵל֘ לִפְקֻֽדֵיהֶם֒ וְנָ֨תְנ֜וּ אִ֣ישׁ כֹּ֧פֶר נַפְשׁ֛וֹ לַֽיהֹוָ֖ה בִּפְקֹ֣ד אֹתָ֑ם וְלֹא־יִֽהְיֶ֥ה בָהֶ֛ם נֶ֖גֶף בִּפְקֹ֥ד אֹתָֽם

«Cuando tomes la suma de los hijos de Israel según su número, cada uno ofrecerá al Señor una ofrenda de expiación por su alma; entonces no habrá plaga entre ellos cuando sean todos contados”. (Éxodo 30: 12)

El modelo de la Torah es un modelo de inclusión, donde cada individuo cuenta. Nadie debe ser excluido. Tal y como Rashi en su comentario indica, no se trata de contar a los cabezas de familia sino a cada israelita.

La espiritualidad, la experiencia plena del misterio de lo divino, se ofrece a todos por igual, tal y como leemos en la Torah:

הֶֽעָשִׁ֣יר לֹֽא־יַרְבֶּ֗ה וְהַדַּל֙ לֹ֣א יַמְעִ֔יט מִמַּֽחֲצִ֖ית הַשָּׁ֑קֶל לָתֵת֙ אֶת־תְּרוּמַ֣ת יְהֹוָ֔ה לְכַפֵּ֖ר עַל־נַפְשֹֽׁתֵיכֶֽם

“El rico no dará más, y el pobre no dará menos de medio shekel, con el cual realizarán la ofrenda al Señor, para expiar sus almas”. (Éxodo 30:15)

El rico no dará mas…el pobre no dará menos. No se trata de hacer más liviana la contribución de quien tiene más, ni más pesada la de aquel que menos puede aportar, sino que ambos participen por igual. Nadie debe estar por encima de nadie.

Cada uno cuenta, cada ser humano es un tesoro precioso. Somos diferentes, únicos e irrepetibles, pero somos iguales en cuanto a nuestra dignidad.

Siglos después nació la Sinagoga, una de las más maravillosas invenciones del pueblo judío. Un ejemplo de la capacidad de adaptación y de supervivencia de nuestro pueblo. Dios ya no se haría presente en un sancta sanctorum, sino que El residiría en medio de nuestro estudio, de nuestra oración personal.

El judaísmo de la palabra fue una aportación revolucionaria al mundo de la religión. La Sinagoga, casas de estudio, casas de oración, hogares comunitarios, significaba la democratización de la espiritualidad. La Shejina, la presencia divina, habitaría desde entonces allí donde un grupo de judíos se reuniera en torno a las palabras de la Torah.

Esto es una Sinagoga, no tiene más misterio. Por esto los judíos no hemos levantado grandes templos ni catedrales desde entonces. La palabra y el tiempo son nuestro más preciado palacio, por muy humilde que sea el techo que nos cobije.

Pero con el tiempo nuestras sinagogas se han convertido en ocasiones en espacios demasiado sofisticados, grandes edificios que cuestan una fortuna mantener, edificios gestionados por consejos de administración y comisiones donde con frecuencia el ego, el poder y el dinero toman la delantera.

Dice Pirkei Avot:

“No mires el frasco, sino lo que hay en él; puede haber un frasco nuevo con vino viejo, y un frasco viejo que ni siquiera tiene vino”. (Pirkei Avot: 4:27)

Muchas sinagogas se están quedando vacías. Por un lado, son muchos los judíos que deciden no afiliarse a comunidad alguna. Por otro lado, hay quienes no encuentran su lugar. Y también, por qué no decirlo, muchos llaman a nuestras puertas, pero no les dejamos entrar, o si lo hacemos no les recibimos como merecen. Las sinagogas se quedan vacías porque se vuelven bellos frascos deslumbrantes vacíos de todo vino, vacíos de todo contenido. Espacios burgueses y demasiado intelectuales donde los más humildes y menos instruidos se sienten perdidos, no encuentran su lugar y finalmente parten. O lugares vacíos de Torah y espiritualidad donde el rito y la norma se han convertido en los nuevos becerros de oro.

La Sinagoga es algo más sencillo y a la vez mucho más preciado pues el corazón de toda Sinagoga no es más que su gente. Dice el Shulhán Aruj:

“Podemos vender la Sinagoga y todos sus objetos sagrados, incluso el Sefer Torah, para poder ayudar a los estudiantes y a los huérfanos necesitados” (Shulhán Aruh, Oreh Haim 153:6)

Me pregunto si hoy día algunos no han invertido el orden: vendemos al necesitado para poder sostener un edificio vacío, un ritual idolatrado.

Tal y como la porción semanal de la Torah nos enseña, cada uno de nosotros cuenta, cada uno de nosotros es un tesoro maravilloso, sea cual sea nuestro origen o nuestra posición social.

La verdadera Sinagoga no está en un magnífico edificio sino en aquel lugar donde podemos cantar: hineh mah tov u’mah nai’m shevet ahim gam yahad, mira que bueno y agradable es estar aquí sentados juntos como hermanos.

 

Shabat Shalom

Rabbi Haim Casas

 

 

 

 

 

 

 

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