Parashat Toledot ofrece dos modelos de conducta, dos modelos de vida. Elegir entre la esperanza y la desesperanza.
Esaú y Jacob son dos hermanos, son mellizos, ellos han crecido en el mismo vientre. Son hijos del mismo padre y de la misma madre. Dos hermanos que ya desde el vientre materno parecen enfrentados. Dos niños que sufren como sus mismos padres tienen sus preferencias. Isaac prefería la fuerza del cazador Esaú. Rebeca sentía predilección por Jacob, el sensible y refinado cocinero. Ambos representan dos modos diferentes de ver el mundo, dos formas de ser. Esaú tiene la fuerza física, él es quien caza la carne que se come en casa. Jacob tiene la fuerza de la creatividad, él es quien transforma los mas rudimentarios ingredientes en un plato delicioso.
El relato bíblico nos cuenta como Esaú vendió a su hermano Jacob su derecho a la primogenitura por un plato de lentejas y un cacho de pan. Es una historia bien conocida por todos. Sin embargo, en ocasiones pasa de largo como una mera anécdota. ¿Cómo es posible que alguien venda su futura herencia por un simple plato de comida? La respuesta la tenemos a comienzo del capítulo 26 del Génesis: “y en el país se declaró una gran hambruna”. Esaú no sólo está hambriento, sino que Esaú no tiene esperanza en heredar nada de valor de su padre, un padre empobrecido. Jacob ve las cosas de un modo diferente, no se deja cegar por la dificultad del momento, sino que mira al futuro con optimismo, y usando términos mercantilistas de hoy, diríamos que invierte un pequeño capital (unas humildes lentejas y una hogaza de pan) en un fondo de inversión.
Pero no nos quedemos en la apariencia. Leamos entre líneas esta historia.
Vaybez Esau et habekhora: Y Esaú rechazó su primogenitura. (Gen 25:34).
No es que él diese su primogenitura a su hermano mellizo. No se trata de la venta de sus derechos por un plato de comida. Esaú rechaza suceder a su padre. Es un rechazo.
Nahmánides comenta este hecho. Su comentario comienza con una cita del libro de los Proverbios: “Aquel que destruye una cosa será herido por ella” (Proverbios 13:13) El rechazo de Esaú es una destrucción. La destrucción de todo un legado no sólo material sino un legado de valores que él no está dispuesto a vivir. Nahmánides comenta que Esaú tenía un buen motivo para rechazar su primogenitura: El derecho del heredero no tiene valor alguno hasta que el padre fallezca, y Esaú no tenía pensado vivir tanto. “Y Esaú comió y bebió. Se levanto y se marchó. Entonces él rechazó su primogenitura”. (Gen 25:34). Dice el comentarista: “Los locos no tienen deseo nada más que para los placeres inmediatos tales como la comida y la bebida. Ellos no piensan en el mañana”.
Esaú vive en la locura del aquí y ahora. Es un hombre que ha perdido la esperanza en un futuro mejor y se da a la comida y a la bebida. Ante un padre empobrecido él no aporta nada porque él no espera nada, en su egoísmo solo piensa en satisfacer sus deseos inmediatos. ¿Qué sentido tiene heredar de un padre empobrecido? Podríamos argumentar que todo primogénito no solo disfruta de derechos (el derecho a la herencia) sino que también el primogénito es sujeto de obligaciones, fundamentalmente sostener a su familia en tiempos de dificultad.
Jacob representa otra manera del ver el mundo. Él no rechaza la primogenitura, sino que la abraza. Y al abrazarla él asume sobre sus hombros el peso de ayudar a su familia con la esperanza de que el futuro será mucho mejor. Jacob es un hombre que acepta los valores de Abraham e Isaac, él acepta su responsabilidad, y él no pierde la fe en el futuro. Es un hombre de familia, un hombre generoso, un hombre de esperanza.
“Y en el país se declaró una gran hambruna”. Isaac empobrecido tiene que emigrar, y marcha a Gerar, territorio filisteo dominado por el rey Abimelkh. Y allí logra prosperar de modo que la Torah nos dice “Isaac se hizo rico. Su riqueza no dejó de crecer hasta hacerse inmensamente rico” (Gen 26:13). Ahora las circunstancias han cambiado. Ahora sí hay una fortuna que heredar.
La Torah nos presenta dos modelos. Nosotros somos libres de elegir entre uno y otro. Podemos ser como Esaú que solo piensa en sí mismo y en el placer inmediato. O podemos ser como Jacob, un hombre que no huye la dificultad del momento y que no pierde la esperanza en un futuro mejor.
En estos tiempos difíciles de pandemia en los que, como sociedad, comunidad y familia, tenemos que hacer frente a una crisis sanitaria, económica y social, podemos comportarnos como Esaú o como Jacob. Podemos dejarlo todo por un plato de lentejas y una hogaza de pan o apostar por un futuro de esperanza. No debemos dejarnos llevar por una visión inmediata de la realidad. Debemos ser capaces de alzar nuestra mirada y ver más allá. Hoy más que nunca debemos creer en los milagros, trabajar la resiliencia. Kohelet nos dice que hay un tiempo para todo en la vida:
“un tiempo para nacer,
y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar,
y un tiempo para cosechar;
3 un tiempo para matar,
y un tiempo para sanar;
un tiempo para destruir,
y un tiempo para construir;
4 un tiempo para llorar,
y un tiempo para reír;”
(Kohelet 3)
Es este un tiempo para plantar, para plantar la cosecha que podamos recoger mañana. Nuestra respuesta a la destrucción que esta pandemia está ocasionando deber ser construir un mundo mejor, una sociedad más justa. Los sabios nos enseñan: “todo Israel es responsable el uno del otro”. Tal y como el título de esta parashá lo sugiere (Toledot, generaciones), somos todos descendientes de una misma fuente espiritual, todos somos familia, una gran familia, y juntos saldremos de esta siendo más fuertes, siendo mejores.
Shabat shalom
Rabbi Haim Casas
muchas gracias rabí. yo me digo con relación a la familia, que usted reivindica en jacob, que si siendo yo un marrano, como lo soy, y habiendo comenzado mi conversación hace 4 años, tengo derecho o no a reivindicarme de la familia, y reclamarme públicamente judío, como lo hago